Se adentró en las profundidades que prometía aquella puerta adornada con un... cómo se llama... no me acuerdo, la cosa es que era de esos carteles que inspiran mucho aire porteño y por lo menos a mi me podría seducir en un punto.
y en otro
Y en otro
Y si tiene suerte, en otro más.
Pero al que se adentró en las profundidades que prometía aquella puerta adornada no lo seducía, o tal vez sí, pero tenía otras cosas en qué pensar. Como en la promesa que mencioné ya tres veces.
TRES!
Como los deseos. Siempre son tres.
Lejos está mi intención de romper la burbuja de nadie, pero esta vez los deseos no eran tres.
Era
sólo
uno.
Tal vez tendría ramificaciones, pero este es de los momentos en que todas las personas tienen un único deseo. Su motorpsico. Los impulsa a seguir o a adentrarse en este tipo de profundidades.
Procuró no mirar mucho a su alrededor, porque ese falso lunar no podría protegerlo mucho tiempo más. Un paso y otro. Te parecerá banal, pero para él cada paso era una decisión.
Creía estar armando un escándalo entre sus zapatos y su corazón y hubiera sido útil para su maltrecha carótida saber que nadie estaba fijándose en él en verdad.
Más pasos se acercaba al angosto pasillo.
Demasiado largo para tratarse de la vida y la muerte de la mano.
Un cruce de miradas con una rata podría ser fatal. Sus manos se movieron temblorosas hacia sus bolsillos. Nada, ya no tenía cigarrillos y era tarde para lamentar haber elegido ese método para canalizar sus pesares. Era tarde para llevar a cabo cualquiera de sus vicios, porque no se comía las uñas. Era tarde para todo. Excepto
para morir o vivir.
Pasillo.
Sin ventanas, sin cuadros, sin un espacio limpio, casi sin luz.
Podría creerse perfecto para la ocasión, para el gato, no para el ratón.
Aumentan las pulsaciones.
Ya no puede pensar en otra cosa, aunque de eso, hacía un par de meses ya.
Había elegido vivir a las corridas para tenerlo todo y ahora estaba por quedarse sin nada.
Mas de tres partes de pasillo recorrido pero desearía todavía estar al principio.
Sólo
un
minuto
más.
¿Había perdido el derecho de pedir vida?
La puerta al final entornada, se escuchaba uñas tamborilear sobre la mesa como quien sabe que todo puede cambiar de momento a otro.
No hizo falta que la toque, algún perro faldero la terminó de abrir por él.
Aumentan las pulsaciones.
Cara a cara, como el más valiente de todos los cobardes.
Percibe latidos en su sien.
No se atreve a tomar asiento, ¿será necesario?
Su tensión arterial está visiblemente por las nubes.
-¿Trajiste lo que te pedí?
En uno de los últimos impulsos de supervivencia se aferra al respaldo de la silla vacía. Mareos. Sus nudillos perdieron color.
A nadie parece importarle. Su interlocutor comienza a juguetear con una jeringa. Sin perder la calma repite la pregunta. Porque cuando se sabe la respuesta de antemano, todo es mucho más fácil.
Parecía a punto de hablar pero sólo tosió.
Sangre tosió.
Con lo que le quedaba de vida alcanzó a jurarle
-Nunca los vas a encontrar
Hizo correr el cuerpo sin más y antes de dejarse llenar por algún sentimiento real respiró profundamente.
La puerta fue testigo de su mirada ida y sus pupilas dilatadas antes de lograr articular unas pocas palabras
-Que pase el que sigue.
FIN
QUEREMOS UN FIN.