lunes, 19 de julio de 2010




Quizás el repentino embelezamiento (está bien dicho?) por los relojes era algo más que pura coincidencia, o casualidad, o nota al pie de una hoja cualquiera de mi vida.
El tiempo. Todos tenemos un tiempo para hacer algo que quizás esté destinado o quizás no.
Yo también tengo mi tiempo como vos y yo tengo una misión que necesito cumplir porque de lo contrario la entrada de la cueva va a empezar a cerrarse y yo voy a caer arrastrando a los míos para
nunca
más
salir.
¿Terrible, no?
Como si estuvieras durmiendo felizmente y alguien viniera y observara tu suave y delicado cuellito demasiado despejado a la intemperie entonces, sería un atento detalle abrigarlo con esa pequeña bufandita tan pomposa que está ahí. Cuando ese maldito alguien se obsesionó con el frío que pudiera estar sufriendo tu cuello que ya goza de la cobertura de una polera, está bajo el techo donde acciona una estufa prendida, la simpática bufanda se convierte en una horrible pitón que te envuelve, y te envuelve, y te envuelve. Así de mucho.
El obsesivo perdió la cuenta de las vueltas que dio la bufanda alrededor de tu cuello y todo el bulto le impide ver que tu cara se pone más morada y te está costando respirar, te estás ahogando, te estás muriendo, pero el obsesivo cree que hace un bien totalmente recompensable a una bandida que se atrevió a dejar su cuello sólo cubierto con una polera. (pero eso no sería lo correcto?)
Eso es lo que busco impedir.
Sé que el panorama muestra nieblas y tormentas así que llevo toda la protección esperando me sea suficiente. Para este campamento no hay juegos ni listas.
El reloj nunca para por más que a veces me parezca que sí y las cosas pasan.
Y ya me mareé ya no sé como explicarlo.
Tengo miedo de fallar.
No voy a dejar ahogarme por la bufanda, pero no voy a ser tan fuerte ante mi corazón.
Quiero cuidar cada detalle de mi plan. Quiero ponerlo en marcha antes de que sea TARDE.
No quiero morir ahogada por una bufanda.

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